Cuando estudiaba danza en la Universidad de Nuevo México tenía un profesor de danza contemporánea con una fuerte vocación pedagógica y que escribió un artículo llamado a partir de una conferencia que dio y que se titula Teaching what I want to learn. Además de la historia personal de Bill Evans, lo que me impactó del artículo y de su filosofía como profesor era que lo más importante del proceso de enseñanza no era dar una técnica muy difícil para que los alumnos la repitieran y lograran dominarla. Lo más importante era encontrarle un sentido personal a lo que estabas enseñando y para ello era indispensable diseñar un entorno que favoreciera al proceso.
También en esos años universitarios aprendí que un entorno estimulante y amable fomenta el aprendizaje a través de todo el potencial de la inteligencia humana, con su dimensión cinética, visual, musical, intra e interpersonal. Es ecir, que hay que tomar en cuenta al alumno de la manera más integra posible y además hay que considerar el entrono. Es básicamente indispensable incorporar las dimensiones sociales, corporales, mentales, emocionales e intuitivas de la persona en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Sabemos que de esta manera no solo se potencia el aprendizaje, sino que también se ejerce una influencia sobre uno de los factores más importantes para que la persona logre o no logre una tarea. Este factor es la imagen que tiene de sí mismo.
En Toastmasters encontré precisamente este tipo de entorno propicio y amigable. La estructura de las sesiones además permite tener una interacción más directa con tus compañeros y con tu mentor, con lo cual se atienden varias de las dimensiones que mencioné anteriormente.
Volviendo al título de la entrada, en mis años como formadora, siempre he intentado ponerme en los zapatos del alumno y pensar en lo que a mí me gustaría aprender y en cómo me gustaría que me lo enseñaran. Intento tomar en cuenta los diferentes estilos de aprendizaje que tiene cada alumno. Hay quienes tienen una preferencia por los estímulos visuales, otros prefieren las referencias verbales, espaciales o musicales.
Ahora bien, trabajar con un grupo reducido o con un grupo regular es una cosa. Intentar trasladar esta filosofía a un grupo de más de 100 personas y adaptar el contenido de tal forma que todos y todas sientan que se han llevado algo significativo (es lo menos que se merecen por darme su atención durante 45 minutos), es un reto con sus propias dimensiones.
La metodología que usé para preparar este taller fue la siguiente:
1) Conociendo el funcionamiento de Toastmasters y las competencias que ayuda a desarrollar, busqué un área que suele quedarse un poco relegada en el marco de las reuniones del club. Además de mi experiencia personal como miembro, lo que hice fue simplemente plantearle esta pregunta a todos los miembros que pude: ¿si asistieras a un taller de media hora, qué te gustaría aprender?.
2) Obviamente las respuestas fueron varias y tuve que priorizar y tomar una decisión, porque no olvidemos que solo tenía media hora de ponencia y 15 minutos de preguntas y respuestas.
3) Una vez elegido el tema pensé en la manera de hacerlo interactivo y de aprovechar el espíritu de ayuda y compañerismo que Toastmasters fomenta. Así, diseñé una serie de ejercicios muy sencillos para transmitir ideas muy claras y directas.
4) Ya una vez delante del público, decidí que no se trataba de ser una conferenciante con un atento público, sino que quería crear un entorno de co-aprendizaje. Para ello les pedí a los asistentes que tuvieran más conocimientos que trabajaran con alguien que neceseitara más ayuda para el primer ejercicio. En seguida pedí voluntarios para que pasaran al escenario y pudieran interactuar con el resto del grupo. Este aspecto me parece especialmente importante porque creo firmemente en que como más se aprende es haciendo. Dice un proverbio chino:
Por último, si te sobran 47 minutos y quieres ver el taller, puedes seguir este enlace.
The Secret Language of Your Voice.